domingo, 26 de abril de 2015

IV. COMENTARIO A LA SENTENCIA AN SOBRE EL CONVENIO DE AIR EUROPA

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Y aún hay más sobre la ultraactividad de los convenios.
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[1] Fotografía, de www.shorpy.com.
[2] www.elderecho.com.

martes, 21 de abril de 2015

II. LAS VIUDAS DE LOS JUEVES

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AÑO: 2009.
DIRECCIÓN: MARELO PIÑEYRO.
GUIÓN: MARCELO FIGUERAS, MARCELO PIÑEYRO (SOBRE NOVELA DE CLAUDIA PIÑEIRO).
REPARTO: ERNESTO ALTERIO, JUAN DIEGO BOTTO, GLORIA CARRA, ANA CELENTANO, PABLO ECHARRI, LEONARDO SBARAGLIA, GABRIELA TOSCANO, JUANA VIALE.

La acción discurre casi por completo dentro de una urbanización de clase pudiente argentina. Los personajes caen de pleno o lindan con el estereotipo del nuevo rico: vidas opulentas, nivel de gastos altísimo, fiestas lujosas, gustos exquisitos. El transcurso de la película desvelará, sin embargo, la naturaleza endeble de los cimientos sobre los que se asienta su ascenso social, minado por el colapso financiero, económico y social que vive Argentina, y por la inanidad de su proyecto vital en sí.

Aunque el planteamiento es coral, puede considerarse que la película descansa sobre el matrimonio que forman Tano (P. Echarri) y Teresa (A. Celentano). De puertas a afuera se presentan como la pareja ideal: hombre de negocios triunfador, de carácter y trato social arrollador; mujer encantadora, madre perfecta, anfitriona impecable. De los labios de Tano escucharemos la formulación ideológica más elaborada de lo que representa esa forma de vida, mezcla de idolatría pecuniaria y fetichismo individualista. En la primera escena en que aparece, cuenta a un amigo el rosario de creencias desechadas a lo largo de su vida, que van desde Dios hasta la democracia para concluir, cómo no, que es el dinero su única creencia presente firme. La moralidad que desarrolla en los negocios es la que cabe esperar: ninguna. Cuando la firma holandesa para la que trabaja cierra, idea un negocio de una sencillez diabólica: compra bases de datos de aseguradoras y cruza los registros para localizar enfermos desahuciados a los que adelanta dinero para sus tratamientos (que sabe costosos e inútiles) a cambio de cobrar el seguro de vida cuando se produzca el óbito, y ello sin importarle en absoluto que el enfermo sea conocido o incluso amigo suyo. Para Tano la vida es de una simpleza meridiana: ser lobo o cordero; no hay zonas de penumbra, quedando reducido el encuadre taxonómico a una cuestión de pura voluntad y determinación. Cuando en la escena final, Ronnie (L. Sbaraglia) le corrige diciendo que más que gustarle “la” vida, le gusta “su” vida, Tano reacciona expeditivo: “la vida te la haces”. Cree en lo que dice y busca proyectar esa imagen de ganador hasta la frontera del exhibicionismo: monta regularmente timbas de póquer en las que se conduce como un fanfarrón, participa en las competiciones deportivas que se organizan en la urbanización con la victoria como única idea en mente. Cuando ve la destreza con que Gustavo (J. D. Botto) juega al tenis no duda en deshacerse de su pareja habitual y formar equipo con él.

El caso de Teresa es distinto. Vive una existencia mucho más disociada entre su yo social y su yo doméstico. La imagen de perfección que trasmite guarda muy poca semejanza con la realidad de frustración perenne que la rodea, y que nace en su mismo matrimonio: no quiere a Tano. Las escenas de intimidad reflejan a las claras que intenta siempre esquivar la presencia física de Tano. Cuando por fin accede a tener relaciones sexuales con él, su gesto no es entregado sino distante y frígido, agotándose su libido en fantasías masturbatorias. Tampoco sus hijos parecen fuente de satisfacción personal. Apenas si comparte tiempo con ellos, más allá de exhibirlos en los festejos en que son anfitriones: se levanta mucho más tarde que los niños y se limita a preguntar a la sirvienta si han comido o dejado de comer, sin que parezca importarle mucho que le contesten que casi no desayunan. La forma que tiene Teresa de resolver esa realidad disociada es simple: el Prozac. Este hecho tiene una importancia capital en el desarrollo de la historia, porque su descubrimiento accidental por Tano dará pie al replanteamiento integral de su vida, crisis existencial y desenlace fatal.

El matrimonio que forman Martín (E. Alterio) y Lala (G. Carra) es el que representa de forma más perfecta el colapso de un espejismo, y cómo la sacudida emocional se ve agravada por la destrucción de los mecanismos de arraigo tradicionales. Martín es básicamente un hombre débil, incapaz de reaccionar en un mundo que se tambalea a su alrededor. Ya desde la primera aparición trasmite un aspecto inseguro y dubitativo, consultando permanentemente a Tano sobre lo que hacer con su dinero, si sacarlo del país o mantener sus inversiones. Su mujer lo desprecia, arrobada como está por el empuje de Tano; y para su hija es un cero a la izquierda: se enfrenta con él cuando la reprende y llega a ridiculizarlo. Todo ello se agrava cuando pierde su empleo de abogado de firma. Y es que ésta es la clave desde el enfoque de clase: son ricos, pero no integran las élites financieras e industriales que manejan los países, sino que forman parte de la aristocracia laboral, de los profesionales que dependen de las rentas del trabajo cualificado para mantener su nivel de vida; pero que pueden verse degradados de posición en un contexto de crisis económica como el que se cierne sobre ellos. Martín llega a somatizar su debilidad: hay una escena en que repasa su capítulo de gastos, en el que destacan las cuotas de la urbanización, y cuando ve el total en la pantalla del ordenador empieza a sangrar por la nariz. Su escena principal es de un patetismo descorazonador: cuenta a su mujer cómo es de acuciante su situación económica y lo perentoria que es la necesidad de vender la casa, abandonar la urbanización y emigrar a otro país más serio. Su parlamento se asienta sobre la centrifugación de la responsabilidad individual y la atribución de la culpa a la sociedad en su conjunto: hice todo bien, hice lo que todo el mundo hacía, cómo iba a pensar que todo se iría al garete; confundiendo ética con estadística, demostrando nula capacidad para la construcción de una moral crítica que cuestione el discurso de valores dominante, y falta de previsión para ver que cuando muchos hacen lo que no se sostiene, lo más probable es que el resultado se vaya al suelo. Pero el punto en que el patetismo alcanza su cénit es cuando el plano se abre y descubrimos que su interlocutor es una butaca vacía: no tiene valor para enfrentarse a su mujer y desvelarle la realidad.

Lala vive en un estado de completa alienación inducida por las apariencias. Si puede vivir donde lo hace, lo da todo por bien empleado pese al desprecio que siente por su marido. En una escena en que hace de cicerone para una recién llegada a la urbanización, pondera los efectos relajantes del césped de gama alta. Cuando pasan por delante de la casa de unos vecinos que por reveses de la fortuna liquidan en mercadillo sus efectos personales antes de dejar la villa, comenta en tono hiriente que eran de los pocos que no tenían el césped con el tono verde requerido y qué clase de gente es la que vende las muñecas de sus hijas, haciendo esa típica inferencia entre éxito social y rectitud moral. No hay nada en su vida que se sustente sobre cimientos sólidos: su matrimonio es una farsa, su hija la desprecia y ella la ignora: hay una escena en que ambas discuten, Lala pide a una sirvienta que le prepare un gintonic. Cuando ésta vuelve con la bebida, su hija intercepta el vaso y se lo bebe de un trago sin que haya reacción de autoridad alguna.

Gustavo y Carla (J. Viale) son un matrimonio de recién llegados a la urbanización. En su primera escena aparecen en faena de mudanza, trasegando cajas con las estanterías del salón aún vacías. Su llegada va rodeada de una aureola de cierto misterio que no tarda mucho en disiparse: Gustavo es un maltratador. Su traslado obedece a un último intento de normalizar su relación encontrando un entorno en que se pueda sentir más tranquilo, en el que todo vaya bien según sus palabras; pero tal pretensión se demostrará ridícula desde un primer momento. En una escena descubre a Tano saliendo de su casa. Carcomido por la inseguridad y los celos, pregunta a su mujer qué hacía a solas con Tano. Cuando ella le responde que se había acercado a traerle ingredientes para hacer un postre, le estampa la cara contra el plato. Sin embargo, y éste es el aspecto penoso de su relación, se quieren. Cuando Teresa le recrimina su conducta y se ve descubierto, se refugia en casa esperando a su mujer. Al llegar Carla, la agrede, intenta asfixiarla y desiste, no por la resistencia de ella que ya estaba vencida, sino porque recupera la conciencia de lo que está haciendo, de su propia debilidad, y rompe a sollozar. Carla no lo abofetea ni lo aparta, como parecería normal, sino que lo acoge compasivamente.

El matrimonio que cierra el cuadrado de protagonistas es el que forman Ronnie (L. Sbaraglia) y Mavy (G. Toscano). Esta pareja, dentro de sus excentricidades, es ajena al complejo exhibicionista que comporta la vida en la villa. Ronnie ha perdido su trabajo hace mucho tiempo y lo que es más, no parece muy interesado en volver a trabajar: su mujer le comenta que hay un puesto en su antigua empresa, y él responde que no se vuelve a donde se ha salido para ocupar un cargo inferior. Vive a expensas de Mavy, que dirige una agencia inmobiliaria, y da la sensación de haber interiorizado el papel de bufón dentro de la urbanización. No obstante, los lazos afectuosos parecen sólidos: la familia se reúne a cenar y se observa una mínima disciplina. Su hijo adolescente quiere levantarse de la mesa pero su madre se lo prohíbe y él obedece. Hay una escena en que Ronnie y Mavy están viendo un partido de tenis y ella recibe una llamada telefónica dándole cuenta de que han sorprendido a su hijo en un acto exhibicionista; abandonan el campo y se marchan a casa rápidamente para leerle la cartilla al crío. Sin embargo, ya comienzan a sentir los efectos del desplome económico. Cuando Carla acude a Mavy para pedirle trabajo porque se siente ahogada en su casa y ve que Gustavo vuelve a maltratarla, Mavy le dice que no puede contratarla. Las propiedades han alcanzado unos niveles de cotización altísimos y es casi imposible conseguir ventas.

Éste es a grandes rasgos el marco en que se desenvuelve la vida de estas parejas. La realidad social, con un país que está fracasando como proyecto común, es algo que parece filtrarse tan sólo por la televisión: Martín es el único a quien se ve fuera de la villa en un ambiente que no sea lujoso, atrapado en un atasco en las proximidades de una estación de servicio que se ha quedado sin carburante que dispensar y con ruido de claxon por todas partes. Sin embargo, una mirada más detallada nos desvela los primeros desconchones en la carcasa del paraíso. Al margen del mercadillo de los vecinos que liquidan para irse, cuando Teresa le enseña a Carla las caballerizas de la urbanización, vemos que ya no quedan caballos, sólo suciedad, montones de paja podrida y palomas. La diversión de los jóvenes es disolvente, basada en relaciones sexuales despersonalizadas, y trasiego de drogas.

Como ya expuse antes, las claves que terminan siendo determinantes en el devenir de la historia afectan al núcleo que forman Tano y Teresa: Él descubre accidentalmente que su mujer toma antidepresivos. Este hecho le lleva a la crisis, al agotamiento existencial y, finalmente al suicidio. Teresa, por su parte, sufre una convulsión de otras características: se enamora de Carla. Fantasea manipulando digitalmente fotos colectivas para crear otras en que está a solas con ella. Este enamoramiento parece colmar inicialmente su vacío existencial, pues se la ve en una escena arrojando por el retrete las pastillas de prozac. Sin embargo, cuando intenta convertir su fantasía en realidad, se ve rechazada por Carla, que quiere de veras a Gustavo a pesar de lo tormentoso de su relación con él.

Tano presenta el suicidio como una última negociación en que se logra arrancar algo de la muerte: la indemnización de un seguro de vida, dejar en mejor posición a un ser querido, etc. Con ese argumento, entre bromas y veras, busca la compañía de sus amigos en ese postrer viaje. El plan es sencillo manipular los fusibles de la instalación eléctrica, meterse en la piscina, y arrojar en ella el equipo musical. Tan sólo Ronnie considera que la broma y la borrachera han llegado demasiado lejos y se despide del grupo. Sentado en la terraza de su casa, comprobará cómo las luces y la música que llegan desde la casa de Tano se caen de repente. Cuando, pasados unos días, reúne en su casa a sus amigas viudas para contarles la charla que tuvieron la noche en que murieron, se encontrará con la hostilidad que su versión despierta en Teresa, quien no sólo rechaza la posibilidad de que su marido se haya suicidado, sino que insinúa que Ronnie está propagando chismes a instancia de la compañía de seguros, que intenta evitar el pago de las indemnizaciones presentando como suicidio lo que fue accidente. Esa hostilidad hace que el núcleo familiar de Ronnie se apiñe y abandone la urbanización inmediatamente.

En muchos aspectos, la película tiene elementos propios de las distopías totalitarias. Falta, evidentemente, la coerción burocrática y la tiranía estatal; pero su función opresiva sobre el individuo se suple eficazmente por el peso de las apariencias y los servicios de seguridad de la finca. Son las apariencias las que privan a las muertes del efecto catártico que podrían tener sobre la comunidad al acogerse rápidamente la tesis del accidente. La vigilancia es perenne y opresiva: el hijo de Ronnie y la hija de Martín se reúnen en el columpio porque es el único punto ciego que dejan las cámaras. Los miembros del cuerpo de seguridad son corruptos. Uno de ellos es quien le suministra las drogas a la hija de Martín, recopila datos de la muchacha, graba cintas en que mantiene relaciones con otros jóvenes, y llegará a chantajearla y violarla. Cuando la familia de Ronnie abandona la urbanización, la advertencia de los vigilantes sobre la magnitud de los disturbios en las calles es impositiva y excede los límites del trato que suele darse entre un propietario y su subordinado. Frente a la aspereza que genera la conversión de la vida en mero decorado, la fuerza redentora es el amor. Teresa se humaniza al enamorarse de Carla, más aún, se eleva a un plano moralizador cuando recrimina a Gustavo el trato que le da. Sólo la frustración de sus expectativas, la devuelve a la miseria moral en que habita, a aferrarse al asidero de la apariencia, a rechazar de plano la versión que le cuenta Ronnie y a insinuar la villanía de que éste actúa por una comisión que le pagan las aseguradoras. Los únicos personajes que sobreviven al desastre son los que se ven arropados por relaciones personales sólidas: Ronnie, Mavy y su hijo, y la hija de Gustavo que intenta recomponer su afecto en torno al chico: la relación con su madre parece destruida irremediablemente. En el funeral se la ve apartando con gesto desabrido la mano que su madre le acerca.

El punto que me parece más controvertido es la evolución de Tano. Martín y Gustavo componen personajes que por diferentes motivos son débiles. Es fácil imaginárselos asumiendo el suicidio como solución a sus problemas. Sin embargo, la película dedica demasiado tiempo en convencernos de que Tano es un ganador. No parece verosímil que un revés personal genere una crisis existencial tan devastadora. Para los personajes de sus características siempre se presentan soluciones escapistas de bajo coste: los deportes de riesgo, las amantes, la política, etc. Con eso y con todo, nos encontramos ante una película interesante, más que por su ejecución, en ocasiones excesivamente fría, por el tipo de vidas que exhibe y las cuestiones que plantea.
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[1] Cartel promocional, de www.filmaffinity.com.

lunes, 13 de abril de 2015

I. INTERSTELLAR

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AÑO: 2014.
DIRECCIÓN: CHRISTOPHER NOLAN.
GUIÓN: JONATHAN NOLAN, CHRISTOPHER NOLAN.
REPARTO: MATTHEW McCONAUGHEY, ANNE HATHAWAY, JESSICA CHASTAIN, MACKENZIE FOY, MATT DAMON, MICHAEL CAINE.

Las películas de ciencia ficción siempre fuerzan la credulidad del espectador; con ello ya se cuenta. Si el ánimo del día es quisquilloso, mejor ahorrarse el precio de la entrada. Por el contrario, suelen ser fuente fecunda de acción, tensión, imágenes espectaculares, que en simbiosis con una buena banda sonora pueden aferrarse a la memoria de por vida. Si hoy traigo Interstellar a estas líneas no es porque defraude estas expectativas, sino porque me resulta, simple y llanamente, incomprensible.

Defiendo que el creador de ficciones sea libre para parir mundos desconectados e incluso contrarios a toda experiencia sensible. Otra cosa es que ello implique la erección de una lógica paralela, y mucho menos, que ésta se suministre al receptor sin la oportuna clave de señales. Pongo un ejemplo. No tengo inconveniente en aceptar que, en el universo planteado por el autor, los hombres se casen con percebes, y que puedan despertar al vecindario cantando su apasionado romance; siempre y cuando, en la siguiente escena, no cojan al percebe de sus amores y lo echen a la cazuela. Pues bien, Interstellar es un canto continuo a la uxorifagia.

La acción arranca en un mundo próximo al colapso económico. Da a entenderse que el nivel de vida sufre una regresión grave más por agotamiento ecológico que por incapacidad tecnológica. Hay máquinas, coches, ordenadores portátiles; y, aunque no están bien considerados por la población, nos enteraremos más tarde de que los hombres todavía son capaces de proyectar ambiciosas misiones espaciales. Frente a esto, los campos se vuelven áridos, se ven azotados por colosales tormentas de arena, y las especies vegetales con aprovechamiento agrícola disminuyen drásticamente. Resumiendo, escasea más el alimento de los humanos que el de sus máquinas. Sin embargo, en la primera escena de acción, Cooper (Matthew McConaughey) persigue en coche a un avión no tripulado por en medio de un sembrado de maíz, con la idea de interceptar su frecuencia, hacerlo aterrizar y reciclar su célula energética. Es decir, pone en peligro la vida de sus hijos, a quienes nos dice una y otra vez, hasta el límite del cansancio, que ama por encima de todas las cosas; pisotea el alimento que necesitan imperiosamente, y todo ello para alimentar trastos tecnológicos que no parecen andar muy mal de salud.

Tras terminar su episodio de reciclaje de riesgo, visita a los maestros de sus hijos. Éstos le dicen que su hijo será un buen granjero. Cooper interpreta la noticia en el sentido de que los profesores están limitando las posibilidades educativas de su hijo, cerrándole el camino de la universidad. Los profesores le señalan que sus calificaciones no son suficientemente buenas, y le encarecen la función social del agricultor: en el mundo del presente son mucho más importantes los granjeros que los ingenieros. Sin embargo, no se ve en toda la puñetera película a un solo granjero faenando entre las mazorcas. Los campos son trabajados por un ejército de máquinas trilladoras, recolectoras, empacadoras, que para más inri, funcionan solas. ¿Para qué cojones necesitas tantos granjeros cuando todas las labores agrícolas están mecanizadas?

De vuelta a casa, su hija pequeña, Murphy, le comenta que en su habitación hay un fantasma. De continuo, los libros de la estantería aparecen tirados por el suelo cuando ella está segura de haberlos dejado en su sitio, y el polvo cae adoptando formas geométricas regulares sobre el suelo. Pese a su escepticismo inicial, Cooper y Murphy descifran las manchas de polvo aplicando el código Morse para lograr unas coordenadas espaciales. Fijan las coordenadas sobre el mapa y se dirigen al lugar señalado. Cuando llegan a él, son detenidos e interrogados sobre cómo han descubierto el paradero del lugar. Relajada la hostilidad inicial, se les informa de que las instalaciones corresponden a la NASA, que mantiene los programas espaciales en secreto porque no son populares entre la ciudadanía. Según sus estudios, el agotamiento de la Tierra es irreversible y la solución pasa por encontrar otro planeta habitable para trasladar a la población presente, o de ser inviable esto, para colonizarlo con embriones criogenizados que se desarrollaran in situ. La viabilidad dependerá del éxito o fracaso en el desarrollo de unas complejas ecuaciones gravitacionales en que el profesor Brand (Michael Caine) lleva años trabajando. Los estudios de campo sobre la habitabilidad de otros planetas ya se han iniciado, merced al trabajo de un grupo de pioneros que, filtrándose por un agujero de gusano próximo a Saturno, envían información sobre trece planetas potenciales. La misión en que están embarcados consiste en visitar los destinos que se suponen más prometedores, confirmar la información y volver a la Tierra para preparar el traslado. Y para esta misión cuentan con Cooper en atención a su experiencia como astronauta, pues los tripulantes de que disponen no tienen más bagaje que el obtenido con simuladores. O sea, que tienen una misión en que se han gastado una pila de pasta indecente, que es absolutamente trascendental para la supervivencia de ¿los pingüinos emperador? ¿El alimoche ibérico? No, el ser humano, el homo sapiens. Y los fenómenos no se han puesto en contacto con el tripulante en que confían, sino que éste aparece por allí porque ha leído unas manchas de polvo, y que cuando aparece, en lugar de ponerle la alfombra roja, le ofrecen de hostias: ¿Quién pollas eres y cómo te has enterado de que estamos aquí? En fin, que nos comemos otro percebe.

Resuelto el conflicto moral de abandonar a su familia para intentar salvarla salvando a la humanidad, Cooper se suma al proyecto pese a la oposición de su hija Murphy, que intenta detenerlo diciéndole que el fantasma de los libros le ha pedido que se quede: Stay. Cooper hace caso omiso, se sube a la nave con sus compañeros, se cuela por el agujero de gusano y reaparece en las proximidades del agujero negro Gargantúa, cuyo campo gravitatorio es tan intenso que provoca una dilatación drástica del tiempo. Apremiados por ese hecho, visitan el primer planeta. Amaran en un bajío, agua por todas partes y montañas enormes en el horizonte. La cápsula y todo el material del científico pionero están rotos. Caen en la cuenta de que las montañas del horizonte no son tales, sino unas olas del tamaño de un rascacielos. En lugar de subirse inmediatamente a la nave, la profesora Amelia Brand (Anne Hathaway) decide arriesgarse para recuperar la «caja negra» del equipo roto. Esta demora termina siendo fatal para el geógrafo del equipo, Doyle (Wes Bentley), que es engullido por la ola. O sea, que estás en una misión interplanetaria del copón, que te has currado no sé cuántos doctorados en física, y no eres capaz de entender cómo funciona el par dialéctico tsunami–habitabilidad. Pues mira es muy sencillo: donde hay tsunamis no se puede vivir. Punto. No necesitas conocer el grado de salinidad del agua, ni su ph, ni nada. Coges, te piras y ya está. Misión cumplida.

Abandonan el planeta, vuelven al módulo base y han pasado veinte años. No sólo respecto de la Tierra, no. Veinte años respecto del módulo base, donde su compañero Romilly (David Gyasi) se ha pegado una panzada de aburrimiento y pajas importante. Que yo sepa, tanto el planeta como el módulo están sometidos al campo del mismo agujero negro. Por qué se ralentiza el tiempo para unos y no para otro es un misterio. Discuten sobre su nuevo destino. Amelia Brand quiere visitar el planeta al que se destinó su novio, mientras que Cooper opta por el planeta del pionero líder, Mann (Matt Damon). Cooper argumenta que Brand sufre un conflicto de intereses y que los informes de Mann son mejores. Votan y vence la posición de Cooper. Van al planeta, sacan de la hibernación a Mann; pero descubren que éste ha falseado todos los informes con el único objetivo de que alguna misión posterior visitara el planeta fiándose de ellos y le rescatase. Mann, al verse descubierto, intenta deshacerse de ellos. Toma una nave lanzadera llega al módulo, pero no logra un acoplamiento correcto, provoca un accidente por despresurización y muere. En medio del caos, Brand y Cooper —Romilly muere en una explosión al manipular el equipo de Mann— logran el acoplamiento entre la otra lanzadera y los restos del módulo base para dirigirse al planeta del novio de Amelia. El agujero negro les atrae, y en el último momento, Cooper desacopla su lanzadera del módulo para que Brand tenga más aceleración y pueda tener alguna posibilidad de escapar del agujero. Cooper cae en el agujero y aparece en una dimensión paralela, desde la que tiene acceso a todo el espacio–tiempo, o mejor dicho, a las infinitas posibilidades de un mismo momento antes y después de que ocurra. Concretamente aparece en una dimensión paralela al dormitorio de su hija Murphy, es decir, él es el fantasma. Él es quien empuja los libros, quien filtra el polvo y quien grita desesperado desde el metamundo, cuando ve que su otro yo va a dejar a su hija para jugar a los superhéroes por el espacio, e intenta auto–retenerse: Stay. O sea, que estás en una dimensión paralela desde la que puedes deshacer el futuro configurando un pasado distinto, que la has pifiado yéndote de excursión y dejando a tu familia, que te has arrepentido de ello; y todo lo que se te ocurre es desquiciar a tu hija con un mensaje encriptado dirigido a ti mismo para que te quedes, cuando desplazándote tres semanas antes en el espacio–tiempo que tienes al alcance de la mano y dejando de enredar con el polvo de los cojones podrías haber evitado, porque no sabrías nada de la NASA ni de sus misiones ni de nada de nada. Genial.

Al final, desde la dimensión paralela, logra transferir a un reloj de pulsera la solución a las ecuaciones de campo en que el profesor Brand había fracasado. La humanidad se salva construyendo gigantescas estaciones espaciales. Y Cooper aparece flotando en las proximidades del agujero de gusano de Saturno. Su hija es una mujer octogenaria que, después de una vida de prestigio y reconocimiento científico, está en el hospital rodeada de su familia aguardando su viaje final; y le hace ver que su destino ya no está con ella sino con Amelia Brand, con su epopeya y su esfuerzo. Y así termina. Con Cooper cogiendo una nave para adentrarse por segunda vez en el agujero de gusano.

Insisto. Mi perplejidad no nace de la inconsistencia experimental: me da igual que un agujero negro te acelere, te convierta en un haz de rayos gamma, te aplaste como una nuez o te pasaporte al Valhala, rodeado de mocetones escandinavos en tanga. Me da igual que el proyecto de la NASA pase por sacar a la humanidad de la Tierra en esporas, en matraces o poniéndole turbo al arca de Noé. Mi perplejidad nace de lo que interpreto como un intento sistemático de forzar una lógica a contrapelo y presentarla como natural. En el empeño no son los actores quienes fallan, que sin alardes están todos aseados; aunque el doblaje en susurros a Matthew McConaughey durante buena parte de la película llega a cansar. Falla el planteamiento. Por lo demás, banda sonora buena, fotografía espectacular, es decir, un forro.
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[1] Cartel promocional, de www.filmaffinity.com.

sábado, 11 de abril de 2015

III. AQUÍ... CASILDA, ENCANTADA DE LA VIDA


Más sobre la ultraactividad de los convenios colectivos.
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lunes, 6 de abril de 2015

II. EL INTERMINABLE DEBATE SOBRE EL FIN DE LA ULTRAACTIVIDAD DEL CONVENIO COLECTIVO

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En la primera página de Economía del diario El Comercio —versión impresa— del 6 de abril de 2015 se lee un titular que dice «La ultraactividad de los convenios, en manos ahora del TC», y que seguido de unas pocas líneas informa de un posible recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional que tendría el propósito de interponer la empresa frente a una sentencia de la Sala de lo Social del Tribunal Supremo, de fecha 22 de diciembre pasado, que confirma la solución dictada en la instancia por el TSJ de Baleares en un procedimiento de conflicto colectivo incoado por el comité de empresa de la entidad demandada. Simplificando en lo posible los términos del debate, la empresa se había amparado en lo dispuesto en el vigente art.86.3 del Estatuto de los Trabajadores, a propósito del final de la vigencia ultraactiva del convenio aplicable —que supone la aplicación transitoria del convenio denunciado hasta que se llega a un nuevo acuerdo—, una vez transcurrido el año que la norma prevé en defecto de pacto. Y a partir de esa previsión, la empresa decidió abonar los salarios correspondientes al período de tiempo siguiente al del decaimiento definitivo del convenio conforme a la cuantía del SMI, aplicando sólo al período de devengo anterior el importe que fijaban las tablas salariales del convenio precedente. Interpuesta por el comité de empresa demanda de conflicto colectivo combatiendo esa modificación, la sentencia de instancia estimó la demanda y condenó a la empresa a seguir abonando los salarios conforme a lo dispuesto en el convenio, pese a que este ya no estaba vigente. La solución es confirmada por el Tribunal Supremo en esa sentencia de referencia de diciembre pasado, que en resumidas cuentas considera que, pese a lo dispuesto en el art.86.3 ET tras la reforma laboral 2012, las condiciones fijadas en el convenio —al menos las salariales, que son las que se cuestionaban en el litigio— se consideran incorporadas en origen al contrato de trabajo y no pueden ser alteradas unilateralmente por decisión de la empresa.

La lectura de la noticia podría causar cierta sorpresa, confusión e incluso alguna inquietud —pese a que hay quien dice que los efectos colaterales de la STS de 22 de diciembre eran previsibles—. No tanto por que la empresa anuncie recurso ante el TC, sino por lo que se narra en otra noticia concurrente y algo más extensa que aparece en la versión digital del mismo diario. [2]

A las aseveraciones que se realizan en esta segunda noticia se dedican las siguientes consideraciones:

Primera.— se comienza afirmando que «según fuentes jurídicas, la empresa que intervenía en aquel pleito tiene previsto presentar en próximas fechas un recurso de amparo ante dicho órgano tomando los argumentos de los cuatro votos particulares que se presentaron contra aquella resolución, lo que supone una tercera parte de los magistrados que tomaron parte en ella.»

Primera imprecisión, porque de los cuatro votos particulares, sólo dos cuestionan la decisión de la mayoría, los otros dos son votos concurrentes. Es verdad que en estos dos se discute el iter argumental de la sentencia mayoritaria, pero en todo caso los argumentos que se proporcionan confluyen con la solución desestimatoria de la pretensión de la empresa, por lo que mal podrían apoyar o sustentar un recurso interpuesto por ésta.

Segunda.— sigue avisando la noticia del digital que «[…] de no haber convenio sectorial al que recurrir, la interpretación de los expertos es que se tendría que aplicar el Estatuto de los Trabajadores que, como norma básica general, recoge unos mínimos».

Segundo error de matiz, porque ésa ni es ni muchísimo menos era la opinión de los expertos; puesto que es ésta una de las cuestiones más debatidas a que ha dado lugar la reforma laboral de 2012, y sobre la que más discusiones y posturas encontradas y matizadas ha habido.

Tercera.— prosigue la noticia afirmando que «[…] como normalmente los convenios de empresa mejoran las condiciones fijadas en los convenios sectoriales o en el Estatuto de los Trabajadores, los sindicatos denunciaron que el fin de la ultraactividad provocaría un descenso de los derechos de los trabajadores».

Esta última denuncia formulada por los sindicatos es cierta, pero no por el motivo que se esgrime, sino por la debilidad y riesgo cierto de pérdida de derechos que comporta poner punto final al convenio al año de haber sido denunciado. Por otro lado, el análisis empírico demuestra que, por lo general, y sobre todo respecto de ciertas condiciones de trabajo, los convenios de empresa no mejoran las condiciones de los sectoriales, sino al contrario. Al margen de que no existe ese engarce entre negociación colectiva de empresa y negociación de sector. En todo caso, el problema del fin de la ultraactividad se extiende a los propios convenios sectoriales, por lo que la cuestión controvertida es mucho más compleja y amplia.

Cuarta.— se sostiene a continuación que «[…] lo normal es que sea seguido (el sentido de la decisión contenida en la sentencia del TS de diciembre) desde ahora por todos los tribunales inferiores».

Cuarto error de percepción, porque la propia sentencia sostiene que esa solución que adopta puede no ser la misma para otras condiciones distintas de las salariales; al margen de la propia fragilidad de un pronunciamiento con tal nivel de disensión interna y discrepancia de criterios y pareceres en el seno de la propia Sala del TS.

Y quinta.— por agotar los flancos frágiles de la crónica que someramente se glosa, se concluye afirmando que «[…] frente a este criterio, los votos particulares presentados por cuatro magistrados … [serán] la base del recurso al Constitucional».

Lo cual exige una matización adicional, primero, porque el voto en el que supuestamente se podría basar el recurso de amparo de la empresa lo formulan cinco magistrados —uno al que se suman otros cuatro—. Y además, porque en este punto se añade que uno de esos magistrados que formulan el voto discrepante mayoritario fue consultor de varios despachos de abogados. Y parece que se insinúa que ya en ese otro contexto o precedente condición se había pronunciado en torno a lo previsible del hecho de que el TC avalase la constitucionalidad de la regulación de la ultraactividad; al igual que lo hiciera respecto de otras cuestiones candentes sobre la negociación colectiva como la regulación del descuelgue, también muy contestada desde ámbitos sindicales y doctrinales.

Si de nuevo se permite opinar a este respecto, este aparente enlace entre los argumentos del voto discrepante y una eventual constitucionalidad de la reforma laboral en torno a la ultraactividad y las consecuencias de su término final suponen sacar de contexto la cuestión litigiosa y confundir dos planos diferentes. Lo primero, porque la concreta cuestión litigiosa sobre la que versa el pronunciamiento del TS de 22 de diciembre pasado únicamente atañe a la posibilidad de que, vencido el convenio de aplicación en la empresa, ésta pase a abonar los salarios en cuantía equivalente a la del SMI en lugar de la que figuraba en las tablas salariales que regían con anterioridad. Y la vía que pudiera quedar abierta para un eventual proceso constitucional es la del recurso de amparo, desde luego no la de la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la ley de reforma laboral. Por otra parte, para interponer el amparo ante el TC la empresa únicamente podría esgrimir lesión de algún derecho fundamental o libertad pública que en el transcurso del proceso precedente hubiere podido tener lugar. Y, en fin, los únicos argumentos que presentan algún enlace con la tutela de derechos fundamentales son algunos de los que a lo largo de toda la sentencia —la que acoge la posición mayoritaria y los cuatro votos, los dos concurrentes y también los discrepantes— se invocan en pro de la tutela de los intereses y derechos de los trabajadores. Los que contiene el voto discrepante en contra de la tesis continuista mayoritaria son, en su mayor parte y de manera eminente, argumentos relacionados con el sistema de fuentes que rigen la relación laboral y con sus principios generales o informadores, esto es, argumentos de mera legalidad ordinaria. No hay, en suma, derecho constitucional afectado en el caso de la empresa, salvo, eso sí, el de tutela judicial efectiva consagrado en el art.24 CE, que hubiera podido ser lesionado si la sentencia dictada resultase arbitraria, irracional, totalmente inmotivada o incongruente.

Sin perjuicio de lo que resulte de ese posible futuro proceso de amparo ante el TC, sí es cierto que el voto discrepante más numeroso apunta que algunos de los argumentos que hubieran podido avalar la tesis y la pretensión instrumentada en el proceso por los representantes de los trabajadores no se han aportado ni discutido en el litigio, razón por la que se concluye en el voto que la pretensión hubiera debido desestimarse o estimarse la de la empresa recurrente en casación, que tanto da. Pero no es del todo claro que esto pueda llegar a fundamentar una nulidad de la sentencia por incongruencia, porque lo cierto es que la mayoría acoge otros argumentos distintos, igualmente favorables a la tesis de los trabajadores. Lo que no hace sino ofrecer un panorama de discrepancia jurídica, técnica o de criterio de solución, pero no una total falta de motivación o una arbitrariedad de la solución ofrecida en el litigio.

Este es, en todo caso, un asunto bien distinto del relativo a la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la norma de reforma del ET. Duda que —referida específicamente a la regulación del término de la vigencia ultraactiva del convenio denunciado— habría de resolverse mediante un recurso de inconstitucionalidad, para el que la empresa carece obviamente de legitimación; o bien a partir de una cuestión de inconstitucionalidad que pudiera plantear un juez ordinario al hilo de la resolución de algún otro caso. Por decirlo de otro modo, una cosa es la constitucionalidad de la ley y otra bien distinta es que una resolución judicial basada en esa norma pueda ser correcta o incorrecta desde el punto de vista de la integridad de los derechos fundamentales de las partes litigantes. Máxime cuando el fondo del asunto litigioso viene provocado por una laguna de la norma legal aplicable a la materia, que ha dejado sin solución expresa uno de los posibles supuestos de hecho.
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domingo, 5 de abril de 2015

III. LA ISLA DEL TESORO. ROBERT LOUIS STEVENSON


Supongo que, quien más quien menos, todo el mundo cuenta con su refugio; ese lugar que brinda calor, invita al pulso a aquietarse y recarga el espíritu de energía. No necesita comodidades especiales para su desplegar función reparadora, ni para su reclamo, verse aplastado por el peso de las tribulaciones. Basta un pequeño remanso en el quehacer cotidiano para acercarse a ver si todo sigue en orden, y reconfortarse al comprobar que es así, que allí sigue en pie para cuando se le requiera con mayor motivo.

Uno de los libros que para mí cumple con esa misión a mitad de camino entre el faro y la custodia es sin duda La isla del tesoro. No recuerdo ya con exactitud cuántas veces he descubierto el mapa en el fondo del baúl de Billy Bones, cuántos paseos he dado por el puerto de Bristol mientras pertrechaban la Hispaniola, cuántas veces me he acurrucado con Jim en el barril de manzanas, cuántas saltos me han llevado al bote de los bucaneros, cuántos disparos he dado defendiendo y atacando el fuerte, cuántos pellizcos de Ben Gunn he padecido y cuántas veces ha martilleado mis oídos la muletilla estridente del Capitán Flint, “¡Doblones de a ocho! ¡Doblones de a ocho!”. Sean las que sean, han sido tantas, que me resulta inconcebible que alguien de cierta edad no sepa de qué va este libro, bien por haberlo leído, bien por haber visto alguna de sus muchas adaptaciones cinematográficas. No obstante, por si queda algún despistado que haya preferido dedicar su tiempo a Cincuenta sombras de Grey, Millenium o a alguno de sus subproductos, intentaremos un resumen.

[1]

La acción arranca en la posada del Almirante Benbow. A ella llega un viejo marinero que, a la vista de su localización un tanto aislada de los pueblos y dueña de amplias vistas al mar, decide hospedarse. Todos los días sale con su catalejo a pasear por los acantilados y encarga al hijo del hospedero, Jim, que le avise por si ve a algún marinero con una sola pierna.

Un buen día llega un forastero preguntando por el huésped; cuando logra verse ante él, se desencadena una fuerte discusión en que le reclama una cuenta pendiente. Al verse descubierto y postrado por la enfermedad, confiesa a Jim su vida pasada de piratería y crimen bajo las órdenes del Capitán Flint, previniéndole contra sus antiguos compañeros de fechorías. Uno de ellos, el ciego Pew, se presenta al día siguiente para entregarle un papel con una mota negra. Fruto de la excitación, el viejo marinero sufre un ataque de apoplejía y muere.

Jim y su madre registran el baúl del muerto para buscar dinero con que cobrarse lo que se les adeuda y encuentran un hatillo con papeles. Huyen de la posada al tiempo que el ciego y sus compinches llegan. Cuando éstos comprueban que el baúl está vacío, salen en su caza y a punto están de alcanzarlos cuando la guardia los pone en fuga.


Jim acude la mansión del caballero Trelawney, relata lo ocurrido y entrega el paquete al doctor Livesey. Lo estudian y llegan a la conclusión de que los pergaminos contienen la contabilidad del Capitán Flint, y el mapa, las instrucciones para encontrar su tesoro. Emocionado por el hallazgo, el caballero Trelawney decide costear una expedición para recuperarlo, y marcha a Bristol para iniciar los preparativos.

Jim se une a la expedición en Bristol. Recibe el encargo de dar un recado a un viejo marinero que regenta una taberna en el puerto, John Silver el largo, en quien el caballero Trelawney ha delegado el reclutamiento de la tripulación. Al entrar en la taberna, reconoce entre los parroquianos al forastero que había discutido con su huésped y da la voz, pero en el simulacro de persecución que se organiza, no logran detenerlo. Y todo ello, sin que Jim asocie la presencia en la taberna de Perro Negro —que así se llama el rufián—, su huida y que Silver tuviera una sola pierna.

Antes de hacerse a la mar, el capitán del barco protesta ante el caballero Trelawney por el modo en que se ha reclutado la tripulación y el exceso de información de que disponen los marineros, aconsejándole que se tomen medidas cautelares con urgencia.


La Hispaniola se hace a la mar, los marineros trabajan con afán y todo marcha según lo previsto, hasta que una noche Jim va al tonel de manzanas a surtirse, y como quedan pocas, tiene que meterse dentro. Desde allí escucha cómo los marineros, encabezados por Silver, planean un motín. Aprovechando el revuelo que se organiza con el avistamiento de tierra, Jim sale de su escondite y da el queo a los oficiales, que preparan un plan defensivo.

A la vista del ambiente levantisco, se permite a los marineros una tarde libre en la playa. Cuando los botes están a punto de zarpar, Jim salta a uno de ellos, y en cuanto toma tierra, huye de la compañía de los marineros. Oculto entre el follaje, ve cómo Silver asesina a uno de sus compañeros que no quiere sumarse al motín, mientras desde otro rincón de la isla, llegan los gritos de otros leales que siguen la misma suerte.


Jim huye de la escena del crimen y en su deambular por la isla encuentra a un hombre harapiento, Ben Gunn, antiguo miembro de la tripulación del Capitán Flint, a quien sus compañeros de andanzas habían castigado abandonándolo a su suerte en la isla. Jim le promete pasaje y parte del tesoro a cambio de su ayuda, y Ben Gunn le indica el escondite de un pequeño bote que había construido.


Mientras Jim vagaba por la isla, sus compañeros abandonan la goleta para refugiarse en un pequeño fortín que habían encontrado el doctor Livesey y Hunter. Y desde él, consiguen repeler el primer asalto de los amotinados. Cuando Jim ve izada la Union Jack, se acerca para comprobar quién está en el fortín y se reúne con sus amigos.


Tras las primeras escaramuzas, Silver pide una tregua para proponer un pacto: a cambio del mapa, promete respetar sus vidas. El Capitán Smollett es inflexible: deben entregarse y asumir sus responsabilidades. A la vista de que no hay acuerdo posible, los piratas atacan de nuevo y son nuevamente rechazados, aunque las bajas entre los defensores son notables. El Capitán Smollett está gravemente herido y Hunter y Joyce, muertos. Evaluada la situación, el doctor Livesey se arma y abandona la empalizada.


Jim se escapa sin dar cuenta a nadie de sus planes; toma el bote de Ben Gunn y tras muchos esfuerzos, alcanza la Hispaniola que vaga a la deriva porque los dos bucaneros a su cargo están borrachos y se han enzarzado en una pelea mortal. Jim reduce a Israel Hands, debilitado por la pelea y la resaca, y con su ayuda consigue varar el barco en un bajío seguro. Recobrado algo de su ánimo, Hands ataca a Jim, que trepa al palo de mesana mientras le persigue su enemigo, y logra recargar las pistolas para abatir al pirata en su embestida final. Recuperada la goleta para su causa, Jim regresa al fortín, pero sus ocupantes han cambiado y cae prisionero de los amotinados.


La mayoría de los piratas quiere asesinar a Jim; sin embargo, Silver, que ejerce de capitán, los frena para conservar la baza de un rehén. Esto solivianta a los piratas, que se reúnen en consejo con intención de destituir a Silver, pero éste logra cambiar las tornas enseñando el mapa del tesoro.


El doctor Livesey llega a la empalizada para atender a los piratas enfermos, y se encuentra con que Jim está prisionero. Tiene una charla con él, bajo palabra a Silver de que el chico no intentará la huida. Jim le cuenta su aventura en la Hispaniola y le indica la ubicación del barco. Silver, dándose cuenta de que su plan se ha desbaratado, llega a un acuerdo con Livesey: intentará salvar la vida del muchacho, si llegado el momento, el doctor intercede por él ante las autoridades.


Con Jim atado a un cabo que sujeta Silver, los bucaneros se ponen en marcha en pos del tesoro. Siguen las macabras claves de Silver, pero cuando llegan al punto señalado, sólo encuentran un hoyo con restos de tablas y dos miserables guineas. La frustración encoleriza a los piratas, que dirigen su rabia contra Jim y Silver. Sin embargo, éste es más decidido, dispara primero y mata a Merry, al tiempo que desde el soto próximo, se oyen tiros de mosquete que alcanzan a otro amotinado. Este golpe de efecto asusta a los tres restantes que huyen despavoridos.


Ya reunidos y en calma, se ponen al corriente de lo ocurrido. Cuando el doctor Livesey abandonó el fortín, lo hizo confiando toparse con Ben Gunn, como así fue. Éste le contó el hallazgo del tesoro y su nuevo paradero; de modo que indica a sus compañeros que la mejor opción pasa por abandonar el fortín y parapetarse en el refugio de Ben Gunn. Por eso, cuando Jim regresa cae en manos de sus enemigos, y por eso Silver tiene el mapa: Livesey se lo da para tenerlos distraídos.


Los leales recuperan la Hispaniola de su varamiento, y entre los aptos para el trabajo, cargan el tesoro en el barco y lo avituallan lo mejor que pueden. Dejan en la isla algunos víveres, pólvora, balas y otros útiles para pertrechar a los tres amotinados que dejan en la isla a su suerte. Ponen rumbo al puerto más próximo, donde Silver se escapa con una pequeña parte del botín, que consigue robar rompiendo un mamparo. Contratan algunos marineros para completar la tripulación y regresan a Inglaterra, donde reparten el tesoro.

Estamos ante una novela de aventuras de trama nada sofisticada y personajes claramente definidos desde el orden moral. El conflicto entre bien y mal es marcado, con muy pocos personajes de transición pisando terreno lábil, y con un enfoque conservador: los buenos compilan virtudes y los malos, villanías. Pero más allá de eso, la antítesis que plantean es fallida desde los cimientos, lo que lleva al reforzamiento del orden dado.

CAPITÁN SMOLETT

No es de extrañar que, tratándose de un país que cimentó su auge en el dominio incontestable de los mares, el autor reserve la más alta consideración para un capitán de navío. Hombre de ciencia náutica, conocedor de su oficio, los propios bucaneros reconocen de él que se trata de un brillante marinero y que ellos no podrían llevar la nave a buen puerto. Su rectitud en el cumplimiento del deber es inflexible: recrimina al señor Arrow, segundo de a bordo, el exceso de compadreo que muestra con la marinería.

Su primera aparición ya apunta nobleza: protesta ante el armador por la forma en que se ha llevado a cabo el enrolamiento de la tripulación y por el exceso de información de que disponen los marineros. Y en el desarrollo de la acción siempre se muestra analítico y diligente: las órdenes sacan el máximo partido de sus recursos y hombres, aunque sea a costa de su protagonismo: en la defensa del fuerte cede los puestos de disparo a los hombres con más destreza y puntería, relegándose junto a Jim a la posición subalterna de recargar las armas.

Destaca su elemento institucional. Se sabe autoridad, pero no la concibe fuera del orden que la erige y da sentido: en cuanto llegan al fuerte, ordena izar la bandera, aun sabiendo que despuntará sobre el acantilado y que los piratas del barco podrán cañonearles apuntando a ella. Cuando Silver se acerca a parlamentar, rechaza el pacto que le propone sin más contraoferta que la de garantizarles grilletes y un juicio justo.

Es ese aspecto institucional y el orden que de él dimana el que explica su apego al trabajo en equipo y respeto a las órdenes. Por eso afea a Jim sus aventuras en solitario, aun cuando reconoce que han contribuido al éxito de final de la empresa.

DOCTOR LIVESEY


El segundo pilar del orden institucional lo representa otro hombre de ciencia. Paradigma del caballero británico, da muestras de su valentía desde el principio del libro. Cuando Billy Bones amilana a todos los parroquianos del Almirante Benbow, él es el único que le planta cara, aunque lo hace desde una posición de preeminencia al valerse de su condición de magistrado. No obstante ello, demuestra hombría de bien y no buscará su humillación ni venganza personal; de ahí que cuando la salud del hampón haga crisis al verse descubierto por sus compinches, lo atienda sin reservas.

Antepone los deberes de su condición de médico a su seguridad personal; así se expone a ser apresado o muerto, cuando atiende a los bucaneros enfermos en la empalizada; y al partir de la isla dejando tras de ellos a tres amotinados, confiesa que, de saberlos delirando, se arriesgaría para asistirlos.

Se presenta siempre como hombre de palabra: concierta un acuerdo con Silver para no proceder contra él si logra la salvación de Jim, y convence al caballero Trelawney para cumplirlo en contra de su parecer.

CABALLERO TRELAWNEY

Es un miembro de la nobleza; en el principio de la obra se da a entender que vive de los derechos de señorío que le brindan sus tierras. Es evidente que ello no le lleva a caer en el papel de noble decadente sin mayor interés que el cobro de rentas y fielatos, porque tiene el suficiente empuje como para arriesgar patrimonio y salud en una expedición aventurera. Sin embargo, a diferencia de los anteriores, apunta rasgos negativos de carácter: es un indiscreto que pone la expedición en peligro al reclutar la tripulación yéndose de la boca y exhibe exceso de orgullo cuando el capitán se lo afea.

No obstante, cuando la expedición hace crisis con el amotinamiento, es disciplinado y cumple sin reservas con las órdenes que recibe del Capitán Smollett, sobre todo en su función de fusilero. Como corresponde a un noble, es el mejor tirador del grupo, bien por ocupación militar, bien por ociosidad de montería.

Hombre de honor, sabe estar a la palabra dada, incluso por terceros. Respeta el acuerdo entre el doctor Livesey y Silver, aunque significa violar lo que para él es su deber: cargarlo de grilletes con rumbo a las horcas del muelle de las ejecuciones en Londres

PIRATAS

Compendian y quintaesencian todos los vicios, disipan todas las virtudes; son borrachos, pendencieros, inconstantes, temerarios y cobardes a un tiempo. Su indisciplina les hace incapaces de trazar un plan y ceñirse a él. En lugar de aguardar al viaje de vuelta con el tesoro en la bodega para amotinarse, lo hacen a las primeras de cambio. Dan un golpe fallido, terminan acampados en una ensenada pantanosa y se infectan de malaria. Despilfarran sus recursos: estando en la empalizada a punto de partir en busca del tesoro, preparan un fuego enorme en que cocinan el doble de comida de la que necesitan y tiran el exceso al fuego entre risas.

La debilidad de carácter se deja sentir en su naturaleza supersticiosa y en la alternancia súbita de estados de ánimo: cuando entregan la mota negra a Silver, éste los amilana rápidamente con el mal agüero de que hayan garabateado la mota en una página arrancada de la Biblia, lo que se traducirá para todos en desgracia. Parten en pos del tesoro en medio de la euforia más absoluta, y caen en el terror infantil cuando escuchan la voz entre los árboles con que Ben Gunn imita al Capitán Flint.

Su orden jerárquico es precario. El puesto de capitán se designa por votación, pero descansa sobre una voluntad caprichosa, mudable al menor revés: entregan a Silver la mota negra para destituirlo, y se desdicen ante la sola exhibición del mapa del tesoro, sin preguntarle desde cuándo lo tiene ni por qué lo ha ocultado.

Su unión es epidérmica e infectada por la mutua desconfianza. Tienen un interés común, pero no fragua en una conducta solidaria sino que caen rápido en acciones disolventes. Y esta tendencia se agudiza por su alineación alcohólica: el Capitán Flint asesina a los piratas que lo acompañan a enterrar el tesoro, y los incorpora como claves macabras para interpretar el mapa; Billy Bones se hace con el mapa y se lo escamotea a sus compinches, y todo para llevar una vida miserable de huida y miedo en lugar de compartirlo con ellos y disfrutarlo juntos; Israel Hands y O’Brien se pelean hasta la muerte empapados en ron y pierden el control de la Hispaniola a manos de un niño. Y así sucesivamente.

LONG JOHN SILVER

Su superior inteligencia refina su maldad y hace que aventaje al resto de los piratas. No es por su moralidad por lo que merezca un análisis separado: miente cuando dice no conocer a Perro Negro, urde el motín, mata a Tom cuando éste rechaza unirse a él; y cuando lleva atado a Jim de un cabo en pos del tesoro, éste percibe su odio asesino; el muchacho sabe que de verse con el oro en sus manos, es hombre muerto.

Lo que le hace distinto es su ideología, su cosmovisión claramente burguesa. Mientras el resto de sus compinches llevan una vida a salto de mata intentando dar con Billy Bones, él es un comerciante: regenta una taberna en Bristol, que dejará al cargo de su mujer. En la carta que el caballero Trelawney escribe a Livesey dándole cuenta de los preparativos, dice saber de buena fuente que Silver es hombre de recursos, que nunca ha estado en descubierto; es decir, tiene una vida organizada dentro de la sociedad, y sólo la abandona ante la perspectiva cierta de mejorar de fortuna.

Su cinismo le hace buscar legitimidad dentro de las categorías del sistema: cuando pide tregua para parlamentar, se presenta como Capitán Silver, lo que provoca la reacción burlona del Capitán Smollett por tan rápido ascenso en el escalafón. Él justifica su condición alegando que el abandono del barco por parte de la oficialidad implica un vacío de poder por deserción.

Donde las autoridades ven crimen y depravación, él ve un camino alternativo para la promoción social: continuamente se refiere a los bucaneros como “caballeros de fortuna”, cimentando una suerte de carrera de méritos a contrapelo, que puede subsanarse si en el momento oportuno se actúa con inteligencia: cuando Jim se entera del complot metido en el barril de manzanas, Silver está dando consejos a un joven que se siente fascinado por la vida bucanera. Le cuenta lo que ha ganado bajo las órdenes de England y Flint y cómo lo tiene ahorrado en bancos e invertido con prudencia. A diferencia de la mayoría de piratas, que lo despilfarran en ron y mujeres viéndose reducidos a la mendicidad en muy poco tiempo, Silver persigue un objetivo vital radicalmente distinto, la respetabilidad.

JIM HAWKINS

Es un personaje joven para quien la aventura tiene un componente iniciático. Su origen social no parece predisponerle a hacer grandes cosas; es hijo de un hospedero cuyo negocio no vive momentos de esplendor. Y reconoce en su relato capacidad para obrar mal a sabiendas: cuando va a la posada a recoger el petate y despedirse de su madre, ve al chico que va a ocupar su lugar asistiendo a su madre, y en lugar de enseñarle cómo se hace el trabajo, prefiere escarnecerle por su falta de saber.

Tampoco cuenta en su haber con la virtud de la disciplina: abandona dos veces a sus compañeros en situación apurada. Bien es cierto que con idea de ayudarles, pero desarrollando planes inmaduros y descoordinados del grupo principal.

Sin embargo, sus experiencias van ennobleciéndolo. Cuando cae en manos de los piratas y recibe el ultimátum de unirse al motín, confiesa cómo los planes de éstos se han frustrado por su causa, cómo se enteró del complot y cómo les ha birlado la nave; y ello aun sabiendo que su confesión lo condena a muerte. Y cuando el doctor Livesey le insta a romper su palabra, saltar la empalizada y huir de sus captores, éste lo rechaza.

En el final de la obra se apunta en él el aburguesamiento subyacente. Sabe que en la isla todavía aguarda parte del tesoro de Flint; pero por lo que a él respecta, está bien allí: su vida aventurera ha concluido. Puede colegirse de ello que en Jim sí prendieron los consejos de Silver.

OTROS PERSONAJES

Reflejan en su medida la moral victoriana. Los aldeanos a quienes Jim y su madre piden ayuda son cobardes; el propio padre de Jim lo es. Combina codicia y cobardía: Bones contrata su habitación por un periodo indeterminado de tiempo arrojando unas monedas de oro y diciéndole que le avise cuando se hayan gastado; sin embargo, consumido el crédito, le falta valor para reclamar su derecho.

Ben Gunn es un personaje débil. Sólo en la situación extrema de su abandono consigue superar la inmoralidad rufianesca de los piratas: cuenta a Jim cómo llegó a la vida de pirata por no seguir los consejos de su madre, cambiando la devoción religiosa por la del ron. Pero en el momento que se reintegra a la civilización, recae en sus vicios: en el reparto del tesoro, le tocan mil libras que malgasta en apenas tres semanas, para terminar mendigando a la cuarta.

Vemos repetido ese esquema que va de la nobleza y fortaleza de espíritu al éxito y reconocimiento social pasando por el esfuerzo y rectitud de obra. Los piratas son malos, obran mal y terminan mal. Los nobles obran bien y se ven premiados por ello. Pero dejando al margen su ligero maniqueísmo, La isla del tesoro bulle de literatura de raza por los cuatro costados y nos zambulle en ese mundo ya desaparecido de mares ignotos que todos conservamos en algún lugar de nuestras entrañas, porque ¿quién no ha soñado alguna vez con ceñirse al viento sin más pabellón que dos tibias y una calavera? Obra maestra.
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[1] Ilustraciones, de www.robert-louis-stevenson.org.