domingo, 10 de diciembre de 2017

XLIX. VIENTO DE CEDRO

No creo que sean las olas
las que reduzcan
nuestros trazos a borrones.

Su débil naturaleza
difícilmente resista
durante el tiempo necesario
a esa turba de zapadores distraídos.

Vendrá la mano indócil del niño
a buscar materiales de obra
armado de cubo y paleta;
el cortejo zigzagueante de las gaviotas
arrastradas de su estómago e instintos;
el paso decidido del lebrel
en pos del palo y la palmada del amo;
la pareja de novios
que dé fugaz registro de su amor
con la punta del paraguas.

Y bien venidos sean.

Todos denunciarán
la lentitud de las mareas,
la inutilidad del estrago
en lo que ya no es nada.

Pero allí quedará la arena
esperando que alguien
de nuevo
                                 la acaricie.

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